Escrito por Juan Pablo II |
Miércoles, 11 de Octubre de 2006 10:19 |
Discursos del Papa Juan Pablo II sobre el laicismo y la laicidad, y las relaciones entre la Iglesia y el Estado(selección de textos).
Discurso a un grupo de Obispos españoles en visita ad limina
4. En el ámbito social se va difundiendo también una mentalidad inspirada en el laicismo, ideología que lleva gradualmente, de forma más o menos consciente, a la restricción de la libertad religiosa hasta promover un desprecio o ignorancia de lo religioso, relegando la fe a la esfera de lo privado y oponiéndose a su expresión pública. Esto no forma parte de la tradición española más noble, pues la impronta que la fe católica ha dejado en la vida y la cultura de los españoles es muy profunda para que se ceda a la tentación de silenciarla. Un recto concepto de libertad religiosa no es compatible con esa ideología, que a veces se presenta como la única voz de la racionalidad. No se puede cercenar la libertad religiosa sin privar al hombre de algo fundamental.
Roma, 24 de enero de 2005
Discurso del santo padre Juan Pablo II al noveno grupo de obispos de Francia en visita «ad limina»
4. La participación de los cristianos en la vida pública y la presencia visible de la Iglesia católica y de las demás confesiones religiosas no cuestionan en absoluto el principio de la laicidad, ni las prerrogativas del Estado. Como recordé el pasado mes de enero, en el discurso al Cuerpo diplomático con ocasión del intercambio de felicitaciones, la laicidad bien entendida no debe confundirse con el laicismo; y tampoco puede suprimir las creencias personales y comunitarias.
Tratar de vaciar el campo social de esta dimensión importante de la vida de las personas y de los pueblos, así como de los signos que la manifiestan, sería contrario a una libertad bien entendida. La libertad de culto no puede concebirse sin la libertad de practicar individual y colectivamente la propia religión y sin la libertad de la Iglesia. La religión no se puede relegar únicamente a la esfera de lo privado, con el riesgo de negar todo lo que tiene de colectivo en su vida y en las actividades sociales y caritativas que realiza en el seno mismo de la sociedad en favor de todas las personas, sin distinción de creencias filosóficas o religiosas. Todo cristiano o todo seguidor de una religión, en la medida en que esto no pone en peligro la seguridad y la autoridad legítima del Estado, tiene derecho a ser respetado en sus convicciones y en sus prácticas, en nombre de la libertad religiosa, que es uno de los aspectos fundamentales de la libertad de conciencia (cf. Dignitatis humanae, 2-3).
27 de febrero de 2004
Discurso del santo padre Juan Pablo II en el encuentro con el mundo de la cultura en Kazajstán
Por esto -aun dentro del marco de un sano laicismo del Estado, llamado por su función a garantizar a cada ciudadano, sin diferencia de sexo, raza o nacionalidad, el derecho fundamental a la libertad de conciencia-, es preciso afirmar y defender el derecho del creyente a testimoniar públicamente su fe. Una auténtica religiosidad no puede reducirse a la esfera de lo privado ni encerrarse en espacios restringidos y marginales de la sociedad. La belleza de los nuevos edificios sagrados, que se comienzan a ver casi por doquier en el nuevo Kazajstán, es un signo muy positivo de renacimiento espiritual y permite presagiar un buen futuro.
Astana, 24 de septiembre de 2001
Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Europa del Santo Padre Juan Pablo II
17. En las relaciones con los poderes públicos, la Iglesia no pide volver a formas de Estado confesional. Al mismo tiempo, deplora todo tipo de laicismo ideológico o separación hostil entre las instituciones civiles y las confesiones religiosas.
Por su parte, en la lógica de una sana colaboración entre comunidad eclesial y sociedad política, la Iglesia católica está convencida de poder dar una contribución singular al proyecto de unificación, ofreciendo a las instituciones europeas, en continuidad con su tradición y en coherencia con las indicaciones de su doctrina social, la aportación de comunidades creyentes que tratan de llevar a cabo el compromiso de humanizar la sociedad a partir del Evangelio, vivido bajo el signo de la esperanza. Con esta óptica, es necesaria una presencia de cristianos, adecuadamente formados y competentes, en las diversas instancias e Instituciones europeas, para contribuir, respetando los procedimientos democráticos correctos y mediante la confrontación de las propuestas, a delinear una convivencia europea cada vez más respetuosa de cada hombre y cada mujer y, por tanto, conforme al bien común
Roma, 28 de junio de 2003
Mensaje de Juan Pablo IIa los participantes en un congreso sobre la nueva Constitución europea
5. Realmente no es fácil la tarea que han de cumplir los políticos europeos. Para afrontarla de modo adecuado, será preciso que, aun respetando una correcta concepción de la laicidad de las instituciones políticas, den a los valores antes mencionados un profundo arraigo de tipo trascendente, que se expresa en la apertura a la dimensión religiosa.
Esto permitirá, entre otras cosas, reafirmar que las instituciones políticas y los poderes públicos no tienen un carácter absoluto, precisamente a causa de la "pertenencia" prioritaria e innata de la persona humana a Dios, cuya imagen está impresa indeleblemente en la naturaleza misma de todo hombre y de toda mujer. Si no se hiciera así, se correría el peligro de legitimar las tendencias de laicismo y secularismo agnóstico y ateo que llevan a la exclusión de Dios y de la ley moral natural de los diversos ámbitos de la vida humana. Como ha demostrado la misma historia europea, la que pagaría trágicamente las consecuencias sería, en primer lugar, toda la convivencia civil en el continente.
Vaticano, 20 de junio de 2002
Discurso de Juan Pablo II a los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede
3. La religión en la sociedad, presencia y diálogo
Las comunidades de creyentes están presentes en todas las sociedades, como expresión de la dimensión religiosa de la persona humana. Por eso, los creyentes esperan legítimamente poder participar en el debate público. Por desgracia, es preciso constatar que no sucede siempre así. En estos últimos tiempos, en algunos países de Europa, somos testigos de una actitud que podría poner en peligro el respeto efectivo de la libertad de religión. Aunque todos están de acuerdo en respetar el sentimiento religioso de las personas, no se puede decir lo mismo del "hecho religioso", o sea, de la dimensión social de las religiones, olvidando en esto los compromisos asumidos en el marco de la que entonces se llamaba la "Conferencia sobre la cooperación y la seguridad en Europa". Se invoca a menudo el principio de la laicidad, de por sí legítimo, si se entiende como la distinción entre la comunidad política y las religiones (cf. Gaudium et Spes 76). Sin embargo, distinción no quiere decir ignorancia. Laicidad no es laicismo. Es únicamente el respeto de todas las creencias por parte del Estado, que asegura el libre ejercicio de las actividades del culto, espirituales, culturales y caritativas de las comunidades de creyentes. En una sociedad pluralista, la laicidad es un lugar de comunicación entre las diversas tradiciones espirituales y la nación. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado, por el contrario, pueden y deben llevar a un diálogo respetuoso, portador de experiencias y valores fecundos para el futuro de una nación. Un sano diálogo entre el Estado y las Iglesias -que no son adversarios sino interlocutores- puede, sin duda, favorecer el desarrollo integral de la persona humana y la armonía de la sociedad.
Vaticano, 12 de enero de 2004
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